texto publicado en el número 2 de la revista Contra (el) Poder en invierno del 98
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LOS USOS SOCIOALES DEL NUEVO DISCURSO DEL MOVIMIENTO AUTÓNOMO.

    El propósito de estas líneas es el llamar la atención sobre algunos peligros que se derivan del uso de un nuevo discurso político en el área de la autonomía (al menos en Madrid). Este nuevo discurso no ha sido aceptado por todo el conjunto del movimiento autónomo (que es en si muy heterogéneo), pero ha comenzado a hacerse predominante en importantes sectores de la autonomía, saliendo a la luz en publicaciones, textos internos, debates, panfletos, asambleas, etc. Lo que queremos remarcar con esto es que no se trata de algo anecdótico, sino que es una realidad dentro del movimiento, razón por la cual creemos interesante pararnos a pensar en él un poco.

    Para aclarar un poco la cuestión, aunque somos conscientes de estar haciendo una reducción simplificadora, por «nuevo discurso» nos referiremos a aquel fuertemente influido por la obra de Negri, así como por toda esa corriente de filósofos franceses que hay quien les ha denominado "postestructuralistas", «postmodernos»,... (Foucaut, Deleuze, Guattari, Derrida,...>. Todo este rico pensamiento, adaptado a nuestras asambleas y panfletos, se traduce en el habitual y recurrente uso de conceptos y expresiones como: <territorio>, <postfordismo>, <metrópoli>, <red>, <flujo>, <aquí-ahora>, <subjetividad>, <trabajo vivo-poder constituyente>, <obrero masa/obrero social>, <multiplicidad>, <no-lugar>, etcétera. Insistimos en que estamos haciendo una simplificación que no puede ser sino deformadora, pero que puede sernos también de utilidad para llevar a cabo la discusión sobre el «nuevo discurso» en el movimiento autónomo.

    Como ya hemos sugerido, no pretendemos entrar a analizar el contenido y significado de tales conceptos, su capacidad de explicar la actual situación,... sino que lo que nos interesa es buscar las consecuencias que su uso, tal y como se está haciendo hoy, puede tener en la autonomía. Es más, estamos convencidos de la riqueza y utilidad del «nuevo discurso». Efectivamente, el mundo que nos rodea es bastante diferente al que pudieron ver y teorizar Marx, Engels, Lenin, Bakunin, Proudhon, etc. No es que sus teorías no tengan ya valor, ni mucho menos, sino que de lo que se trata es de saber actualizarlas y completarlas allí donde muestren deficiencias. Por ejemplo, el capitalismo que analizó Marx no había conocido aún los procesos de globalización económica de la actualidad; la crisis ecológica que daría al traste con la ilusión del progreso sin fin, la desestructuración de la clase obrera, el mayo del 68 y la crítica a los partidos políticos, la consolidación de la URSS como «capitalismo de estado», la emergencia de nuevos actores y luchas no reducibles a la lucha de clases (luchas por la liberación sexual, ecología,...), etc. En definitiva, la realidad es mucho más compleja de lo que normalmente creemos y tratar de abordarla con unos instrumentos de análisis anticuados y a menudo simplistas, no hará más que confundirnos. Es aquí donde radica la importancia de este esfuerzo por repensar el mundo y dotarnos de unos medios de análisis más complejos y sutiles que nos permitan comprender un poco mejor una realidad que ya no es la misma que la que existía en el siglo XIX (y que ni siquiera es una, sino muchas), es aquí donde tiene sentido por ejemplo hablar de una «multiplicidad de actores» (mujeres, parad@s, obrer@s, inmigrantes, jóvenes,...) frente a ese sujeto único que iba a hacer la Revolución (con mayúscula) y liberarnos a tod@s de golpe: el Proletariado (también con mayúscula) etc.

    He aquí lo útil de este pensamiento y de cualquier otro que trate de pensar el mundo que nos rodea de una forma no simplista, que trate de inventar un nuevo lenguaje que rompa con el lenguaje común. Un lenguaje común que encierra en su vocabulario y sintaxis toda una concepción del mundo petrificada que es necesario romper.

    ¿Qué problemas nos plantea entonces el nuevo discurso? Principalmente un problema de inaccesibilidad. El movimiento autónomo en Madrid (y el Estado español), a pesar de las luchas autónomas desarrolladas en los 70 (Gasteiz en el 77, actividades de los Grupos Autónomos,...) es relativamente joven y pequeño. Nacido en torno a mediados de los 80, es tan sólo hace unos pocos años que podemos comenzar a hablar (no sin ciertas reservas) de un «movimiento». A esta «juventud» hay que sumarle una, por desgracia, generalizada aversión «histórica» a todo lo que sonase a «intelectual» y a más de diez letras juntas. Ello ha llevado durante años a una escasa capacidad de análisis, más allá del «somos un grupo autónomo, anticapitalista, antiautoritario y antitaurino,...», o «a Fidel, el barbudo, ponle goma 2», etc. Pocos debates y teorizaciones ha habido sobre aspectos que podían ser de interés para nosotr@s como qué entendemos por autonomía, qué implica el movimiento por la ocupación, cual es nuestra postura ante el antimilitarismo, el uso de la violencia,... Aunque las cosas hayan cambiado, creemos que para mejor, seguimos teniendo una bajísima formación teórica, lo que nos lleva a meter la pata de continuo (véase simplemente la última manifestación antifascista del 20-N en Madrid, donde llegó a quemarse una bandera republicana y a hacerse pintadas del tipo «marxismo = fascismo»)

    Introducir un discurso (como el que estamos comentando), que no se ha ido generando a través de la discusión en el seno del movimiento (porque no se ha producido tal tipo de discusión), sino que es en cierta medida «importado» puede provocar, si no se ponen los medios para resolverlo, cierta «violencia». No se trata de decir: «bueno, como el movimiento es incapaz de debatir, vamos a dejar de teorizar hasta que "madure", sino de tener en cuenta las desigualdades que puede generar un discurso complejo y altamente «teórico» en un movimiento que no se ha caracterizado precisamente por su labor intelectual.

    Fue precisamente Foucault, quien analizando el discurso como instrumento de poder, prestó atención a los mecanismos de orden, de exclusión,... internos y externos al discurso. Llamó la atención, entre otras cosas, sobre un grupo de procedimientos que permitía el control de los discursos, tratando de determinar las condiciones de su utilización, imponiendo reglas que no permitían el acceso por igual de todo el mundo al discurso: «todas las regiones del discurso no están igualmente abiertas y penetrables; algunas están altamente defendidas (diferenciadas y diferenciantes) mientras que otras aparecen casi abiertas a todos los vientos y se ponen, sin restricción previa, a disposición de cualquier sujeto que hable». Aceptar, tal y como se está haciendo, el «nuevo discurso» alegremente, teniendo en cuenta que por su novedad y por su complejidad requiere cierta formación intelectual que no todo el mundo tiene (entre otras cosas porque trabajando diez horas al día difícilmente quedan ganas después para ponerse a leer un ladrillo), puede provocar que el conocimiento no se socialice y que sólo una minoría sea capaz de dominar los términos, las claves de lectura que permiten acceder a dicho discurso, que consciente o inconscientemente ser empleado como un objeto de prestigio, de diferenciación dentro del grupo y de poder. Los demás nos tendremos que limitar a la escucha y el asentimiento, o como mucho a repetir palabras y conceptos sin saber muy bien lo que quieren decir o a que realidad hacen referencia. Les daremos un uso vacío de contenido pero de gran utilidad para la adquisición de «status» dentro de determinados ambientes del movimiento, para que nuestra voz sea también escuchada en las asambleas, etc. El saber reforzaría así su condición de poder, seguiría siendo un espacio de uso y acceso restringido (aunque no lo queramos de forma voluntaria) y el foso que separa a l@s «intelectuales» de l@s «curritos» no haría sino crecer. La solución, insistimos, no pasa por renunciar al «nuevo discurso», un discurso que puede sernos muy útil (vital), sino plantearnos cual es la realidad del movimiento y que medios serian necesarios aplicar para que el conocimiento (la capacidad de liberación que posee) pueda socializarse y compartirse (sólo así podrá ser liberador). Evidentemente, esto implica un gran esfuerzo por parte de tod@s: un esfuerzo por aprender y un esfuerzo por enseñar, algo que desgraciadamente deber ser un proceso largo y pesado (¡jamás terminable!). Lo que no tiene sentido es que en un centro social de Madrid se organice un seminario para debatir sobre la ocupación (entre otros temas), una iniciativa muy positiva e importante, pero luego se mantenga un nivel de debate tan elevado, con un uso de conceptos y palabras tan «especializado»,... que a pesar de la gran asistencia de gente, las intervenciones suelan girar en torno siempre a un reducido número de personas, mientras que el resto tenga que plantearse hacer otro seminario paralelo, el de «l@s tont@s», para poder aclarar el significado de esos términos «raros» que se estaban utilizando en el seminario de «l@s list@s» y que casi nadie comprendíamos por qué, no haber comenzado directamente por este nivel de «l@s tont@s» que por desgracia somos mayoría? ¿Por qué no comenzar a explicar en que consiste el postfordismo, la metrópoli, el mando, la subsunción real o la autorrevalorización de clase en lugar de emplearlos dando por hecho que todo el mundo conoce sus significados?.

    Frente a una idea del saber, del conocimiento como algo neutro y objetivo, precisamente estos autores postestructuralistas a los que nos referíamos al principio (Foucault, Deleuze,...), nos han enseñado que el saber se encuentra atravesado por relaciones de poder, de sumisión, de deseos, de expectativas, etc., algo que solemos olvidar con frecuencia. El saber es poder, pero lo mismo que puede ser poder de dominación, totalitario y represor, también podemos hacer de él un contrapoder, un poder de liberación. Aunque el discurso tenga sus propios mecanismos internos de control, lo que principalmente nos preocupa hoy, son los usos sociales que de él estamos haciendo. Si el saber hoy es poder, es también potencialmente contrapoder y libertad ¿a qué, estamos esperando?.

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